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MUJERES INSUMISAS
LAURAR HERNÁNDEZ: JUGAR CON LA SORPRESA

El bronceado de la piel, el rojo en los labios y el negro del cabello en una trenza como aureola no deja lugar a dudas de su origen oaxaqueño. Pero no es el look fashion entre las señoras ricas que se disfrazan hoy en día; es el placer añejo de la artista Laura Hernández (Oaxaca, 1960) por vestirse de pensamientos, cargar historia en su "cuerpo de Coatlicue", y sumar a un genuino orgullo del ser indígena, un rechazo abierto a los nacionalismos y una necesidad ferviente de explorar la vida a través de la pintura.

En su familia no se hablaba de arte; cuando más, las referencias cercanas eran la ingeniería, la tecnología en comunicaciones y la física. Ella dibujaba por puro gusto desde niña y los retratos a lápiz que vendía a sus maestros en la secundaria le dejaban no sólo ganancias económicas, también cierta deferencia al convertirse en maestra de dibujo y pintura de las personas que entre semana eran sus docentes. Su habilidad con el grafito se trasladó entonces al óleo y comenzó a hacer paisajes inventados y marinas nocturnas.

También sentía fascinación por la ciencia, en especial la física, y sus clases de electrónica dieron como resultado la construcción de un radio de bulbos en el que descubrió la música clásica. Quedó prendada y se le descubrió el arte como algo enorme y sublime que debía compartir. Así que aquella labor solitaria e intuitiva de dibujar rostros y pintar paisajes se complementó con acciones colectivas en colonias populares como la Agrícola Oriental, donde Laura vivía y congregaba a cuarenta chamacos para pintar banquetas con gis y decorar periódicos con una mezcla de chapopote y aguarrás.

A pesar de su rechazo por la escuela, ingresó a La Esmeralda, donde creó su propio plan de estudios y se empapó de teoría sin convertirse en un ser sumergido en la intelectualización del mundo. No concluyó con un título profesional pero sí con la convicción de que la pintura es el oficio que le daría la energía para seguir, a pesar de la inestabilidad económica que su padre lamentaba.

Se independizó a los veinte años, vivió en Europa y se convenció de que si el mundo era tan amplio, ella quería recorrerlo con libertad. Por eso, al retornar a México agarró un centenar de cuadros y fue a venderlos a galerías de la Zona Rosa para obtener el dinero que le permitiría viajar. Las galerías rechazaron su trabajo, ella se sintió humillada y agarró sus pinturas que vendió en la calle en un solo día.

Ya en Europa, entre Francia, Holanda y Alemania, trabajó con ahínco junto con su pequeña hija Sabina y su esposo de entonces, Javier Arévalo. Pero no exponía su trabajo de manera extensa. Fue luego de su separación que amplió el sendero profesional con exhibiciones en Berlín, San Francisco, Ámsterdam, Chicago, Oaxaca y Los Ángeles, periplo que experimenta hasta la fecha.

Su estancia europea no la influenció de manera literal como para convertirla en una pintora conceptual del mainstream. Sólo le amplió sus horizontes negados a los regionalismos. De figurativa, su pintura devino también abstracta y expansiva, desplegada en formatos grandes y más concebida como proyecto para museo que una suma de piezas individuales para la venta en galería. Omnia, Azul y la futura Yólotl lúdica son ejemplos de su interés por abordar los símbolos de la muerte, fertilidad, tiempo, movimiento, con elementos alegóricos de la antigüedad mexicana, referencias cósmicas y de la historia universal.

Para 2004 Laura Hernández prepara su instalación Yólotl lúdica (la primera significa en náhuatl corazón en movimiento; la segunda se traduce del latín como juego). Será una docena de piezas monumentales que son juguetes tradicionales trasladados al lenguaje contemporáneo del arte. Usando la arquitectura, pintura, escultura, música, danza y tecnología se desplegarán el yo-yo, el trompo, el gimnasta, la tabla mágica, el rehilete, el silbato, el papalote, el caleidoscopio, las canicas y la cuerda en dos mil metros cuadrados.

Como con toda su obra en expansión, la autora quiere que con estas piezas en movimiento el público se sienta arropado y abrazado, junto con la motivación de un juguete para inventar mundos y caminar hacia la sorpresa.